VERSIÓN literal DE UNAMUNO, del “DIARIO FINAL” recopilado por FRANCISCO BLANCO PRIETO
Lunes, 12 de octubre
(…) don Esteban, que vive a pocos metros de mi casa, pasó a recogerme para ir juntos al vergonzoso acto literario que tuvo lugar a las doce en el Paraninfo. De camino, me hizo prometerle que no hablaría pasase lo que pasase, y debo decir que falte a mi promesa. Allí estuvimos todos, incluso Carmen Polo que llegó tarde. En la presidencia se sentaron conmigo, aparte de la señora, a mi izquierda: Pla y Deniel; el presidente de la Audiencia, don Manuel del Busto; el delegado de Hacienda don Benito Jiménez Ezquerra; y el general Millán Astray. Y a mi derecha: el gobernador civil don Ramón Cibrán Finot; el teniente coronel don Miguel Pérez de Lucas, en representación del coronel gobernador militar; el Presidente de la Diputación, don Francisco Márquez; el alcalde de Salamanca, don Francisco del Valle; y José María Pemán.
Como presidente de la función, tuve que abrir la tragicomedia que allí se iba a representar, diciendo que ostentaba la representación del general Franco. Y sin esperar más di la palabra a los actores en aquel escenario decorado con flechadas camisas azules, mucetas rojas, amarillas y azules, en medio de verdes uniformes legionarios.
Comenzó hablando Ramos, Decano de la Facultad de Letras y exrector, ligando un discurso erudito de carácter histórico, elogiando el orgullo nacional de los militares. Después entregué la palabra al reverendo padre Vicente Beltrán de Heredia, de la orden de los predicadores, quien habló de los maestros salmantinos en América, especialmente del padre Vitoria. Hasta aquí bien. Entonces tomó el micrófono en la mano Maldonado de Guevara y comenzó a politizar el acto con expresiones que no puede aceptar, como que los rusos son un pueblo demoníaco, o que los rojos suprimen la belleza y corrompen el arte sumiendo al pueblo en un abismo demoníaco irredimible. No sé tampoco a qué vino eso de que la misión de España ha sido enfrentarse siempre con Oriente: en la Edad Media con el Íslam, en el siglo XVI con los turcos y en los días que vivimos, con el comunismo ruso. Siguió hablando de una España roja sumida en la anarquía y llevada tras los estertores de la muerte por una demencia incendiaria, en lo cual hasta podía tener un punto de acuerdo con él. Pero no pude tolerar que identificara la anti-España, reducto de primitivismo y barbarie, con su crítica a catalanes y vascos, pidiendo el exterminio de esa anti-España en ese día de “fiesta étnica”. Todo me pareció intolerable y una desvergüenza. No puede evitar tomar notas (…), para responderle al final del acto, como imprevisto cierre del mismo.
José María Pemán me agradeció la invitación que le hice para tomar parte en el acto, y lo calificó de nuevo componente de la cruzada, donde se libraba la batalla del pensamiento, de la idea y del espíritu. Pensaba, -como y en un principio- que los militares tenían la misión de defender los valores de la civilización cristiana, colocando como principio a Dios. España, como brazo derecho de la civilización cristiana, estaba dispuesta a sangrarse como un día se sangró ante los turcos y moros. En su opinión, íbamos a librar a España de quienes durante mucho tiempo nos había servido los platos fríos de Europa con el marcado marxismo ruso. Pidió al final que todos hiciéramos en cada uno de nuestros pechos un Alcázar de Toledo y viviéramos con la única consigna de: ¡España, siempre España y nada más que España! En esto último es en lo único que he pensado siempre. Por eso estoy tan enfermo de España.
Como ya he dicho, no era mi intención hablar durante el acto, pero no podía callar más porque en la España que tanto mencionaban no se está defendiendo civilización alguna. Esto es una guerra incivil. Por eso en el acto sucedió lo que podía haber sucedido en cualquier otro momento porque no puedo seguir diciendo en voz baja lo que me pide gritar el corazón.
Ellos estaban esperando mis palabras después de tirarme de la lengua y yo no podía mantenerme callado, pues eso otorgaba razón a cuantas barbaridades se dijeron. Allí se habló de guerra en defensa de la civilización cristina, siendo yo el primero que hablé de ello. Pero lo que estamos viviendo es una guerra incivil que no va a salvar nada de que dice salvar. Al final, acabarán venciendo pero no convencerán a nadie porque el odio no deja lugar a la compasión y ellos odian la inteligencia. Por eso me pareció inútil pedirles que pensaran algo en España.
Qué enseñará Maldonado a los alumnos desde su cátedra de Literatura cuando se ha atrevido a calificar de anti-España a los vascos y catalanes, sin tomar cuenta que su Obispo, quien enseña la doctrina cristiana, es catalán; y su Rector, vasco, nacido en Bilbao, lleva toda la vida enseñando la lengua española, el verdadero imperio.
Por qué decir de ese histrión mutilado, modelo de salvaje, que me interrumpió dando vivas a la muerte y pidiendo la muerte para los intelectuales. Al oír el grito necrófilo y sin sentido de ¡viva la muerte!, me sonó igual que ¡muera la vida! Yo, que me he pasado la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, puedo decir, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me parece repelente.
Tuve que frenar la locura de este mutilado recordándole que estábamos en el templo de la inteligencia, de la cual yo era su sumo sacerdote y no permitiría que se profanara ese sagrado recinto con la sinrazón de su barbarie. Pero todo fue inútil porque nunca reconocerán que les falta la razón y el derecho para luchar. Como dije, no vale la pena pedirle a esos salvajes que piensen en España porque no entienden otra dialéctica que la de las pistolas.
Debo la vida -¡pero qué vida esta!- a la esposa del caudillo, que me sacó del brazo y pidió a (…) un joven monárquico (…) que me protegiera mientras unos soldados contenían a culatazo limpio a los más exaltados. Oí gritos llamándome ¡rojo! Y ¡cabrón!, aunque quienes los proferían no supieran lo que significa una cosa ni otra, pero lo dicen como los loros repiten cosas que no comprenden. La esposa de Franco abrió la puerta del coche oficial y pidió al chofer que me trajera a casa (…) entre más abucheos, insultos y amenazas. (…)
Terminó el acto a las dos de la tarde. Después el alcalde invitó a comer a los oradores y a la comisión organizadora, en compañía de Millán Astray.
Este general es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda.
Me duele pensar que este militar pueda dictar normas de psicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de mutilados alrededor de él.
Este sujeto estaba dando charlas en Buenos Aires el 18 de julio cuando el editor Manuel Quintero nos lo envió el día 20 en el Almanzora sin saber en qué bando acabaría hasta que decidió que su puesto estaba al lado de los rebeldes, y el caudillo se lo trajo aquí para que se hiciera cargo de la propaganda.
(... después de comer en su casa ...)
En contra de la opinión de todos, me fui como siempre a tomar café al Casino y no me arrepiento de ello, porque he podido sentir el nivel de irracionalidad que se ha instalado entre quienes hasta hace unos días eran ejemplo de moderación. Al entrar en el Casino me ha insultado y abucheado un grupo de energúmenos sin seso. Y me aconsejó afectuosamente don Tomás Marcos, antiguo Decano del Colegio de Abogados, en la misma puerta, que no entrara. ¿Por qué no había de hacer lo que vengo haciendo desde hace tantos años? (…) cuando los berridos de algunos llegaron aniveles intolerables mi hijo tiró de mí hacia casa, saliendo con el honor de siempre por la puerta principal, aunque los amigos que nos acompañaban (…) intentaron evadirme de los bárbaros por donde no me correspondía, pues no había hecho otra cosa que defender aquello en lo que creía, como siempre he hecho, aunque sin tener la comprensión de muchos.
Al llegar a casa había algunos soldados en la puerta y dos o tres policías para protegerme. ¿Para protegerme? No, para vigilarme.""
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